viernes, 24 de junio de 2011

CARISMA

Carisma


En los inicios del tercer milenio es muy bueno hablar de carismas. Y si nuestro objetivo es el de despertar, vivir y custodiar el carisma, conviene saber bien lo que este término significa o quiere significar. Necesitamos tener nociones claras sobre este concepto si vamos a centrar la vida y la identidad consagrada en él.

Por carisma siempre se ha entendido el término paulino de “gracia especial” mediante el cual los fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir la Iglesia" (LG 12).

Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.

Un carisma por tanto es una gracia especial que el Espíritu Santo dona para el bien de la Iglesia. No existe clasificación de carismas y hay de diversos tipos. Pero los elementos esenciales que los conforman serán siempre los dos siguientes: provienen del Espíritu Santo y se dan para la edificación de la Iglesia.

De esta definición parten tres grandes aplicaciones que conviene conocer para evitar confusiones en el momento de estudiar los carismas dentro de la vida consagrada: el concepto de carisma en cuanto tal, la concepción de la vida consagrada como un carisma para la Iglesia y el carisma específico de cada Instituto o congregación religiosa.

Un carisma no está necesariamente ligado a la fundación de una congregación religiosa. Se dan casos de hombres y mujeres que poseen un carisma especial para la predicación, para aconsejar a las personas, para conocer y transmitir a Dios, pero que no necesariamente hayan fundado una congregación religiosa. Por otro lado, la misma vida consagrada se entiende como un don del Espíritu para el bien de la Iglesia: “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Es necesario releer lo que el Magisterio de la Iglesia ha escrito acerca del carisma.

Si bien el término carisma no aparece en los documentos del Concilio Vaticano II, todo apuntaba a su desarrollo posterior, ya que en el debate que precedió a la redacción de la Constitución dogmática Lumen gentium y del Decreto Perfectae caritatis, puede observarse que se maneja ya el carácter carismático de la vida consagrada. Huella que abriría las posibilidades para una futura investigación y que ha dado como resultado una vasta literatura, fruto del desarrollo de la Teología de la vida consagrada, en donde se desarrolla ampliamente el término carisma, bajo diversas acepciones.

El término carisma se menciona por primera vez en un documento en la Exhortación apostólica Evangelica testificatio: “Sólo de esta manera podéis vosotros dirigir nuevamente los corazones a la verdad y al amor divino, según el carisma de vuestros fundadores, suscitados por Dios en la Iglesia”.

A partir de este documento el magisterio asume la terminología paulina de carisma con diversas acepciones: carisma de la vida religiosa, carisma del fundador, carisma fundacional, carisma del Instituto, carisma originario, carisma institucional, carisma de una familia religiosa.

El documento Mutuae relationes define por primera vez el carisma: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos Institutos religiosos (LG 44).

La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados. Es necesario por lo mismo que en las actuales circunstancias de evolución cultural y de renovación eclesial, la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua. De esta definición partirán y harán referencia muchos estudios y documentos posteriores del Magisterio. Refiriéndose a la contemplación, el documento lo mencionará como un carisma especial: “Los que son llamados a la vida específicamente contemplativa son reconocidos como uno de los tesoros más valiosos de la Iglesia. Gracias a un carisma especial, han elegido la mejor parte, la de la oración, el silencio, la contemplación, el amor exclusivo de Dios y la dedicación total a su servicio...”

El carisma, como don del Espíritu, se refleja también en obras concretas, en las obras del Instituto. Por ello un apostolado, una obra puesta en pie por una Congregación no es indiferente para el carisma, como lo consigna el Magisterio: “Existe la tentación de abandonar obras estables, genuina expresión del carisma del instituto, por otras que parecen más eficaces frente a las necesidades sociales, pero que dicen menos con la identidad del instituto”.

También se señala la importancia del carisma para la formación de las personas consagradas, como si fuera un mapa para no perderse en la formación, la configuración con Cristo se va realizando en conformidad con el carisma y normas del instituto al que el religioso pertenece. Cada instituto tiene su propio espíritu, carácter, finalidad y tradición y es conformándose con ellos, como los religiosos crecen en su unión con Cristo.

Encontramos que el carisma particular de cada Instituto y la vida consagrada son una sola cosa: “No existe concretamente una vida religiosa «en sí» a la que se incorpora, como un añadido subsidiario, el fin específico y el carisma particular de cada instituto. El carisma de cada Congregación forma parte de la vida consagrada. Y este mismo documento considera que el carisma debe formar parte integrante de la formación de la persona consagrada. El programa de estudios debe contener la teología bíblica, dogmática, espiritual y pastoral y, en particular, la profundización doctrinal de la vida consagrada y del carisma del instituto.

La vida fraterna en comunidad encuentra también en el carisma su razón de ser: Vivir en comunidad es, en realidad, vivir todos juntos la voluntad de Dios, según el don carismático, que el Fundador ha recibido de Dios y ha transmitido a sus continuadores. El documento Vida fraterna en comunidad, dedicará todo un número, el 70, a hablar sobre la posibilidad de compartir el carisma con los laicos.

Las responsabilidades de las personas consagradas para con el carisma, es una responsabilidad primaria respecto de la propia identidad. El carisma de los fundadores la experiencia del Espíritu es transmitida a los propios discípulos para ser vivida, custodiada, profundizada y constantemente desarrollada en sintonía con el Cuerpo de Cristo en perenne crecimiento. Se le confía a cada instituto como patrimonio original en beneficio de toda la Iglesia cultivar la propia identidad en la «fidelidad creativa» significa, hacer confluir, en la vida y en la misión del pueblo de Dios, dones y experiencias que la enriquecen y, al mismo tiempo, evitar que los religiosos se inserten en la vida de la Iglesia de un modo vago y ambiguo.